Extraño en esta noche, he recordado
una borrada imagen. El mendigo
de mi niñez, de rostro hirsuto, tornak
desde otro mundo su mirada dura.
Llegaba al mediodía, y un gruñido
de animal viejo le anunciaba. (Toda
la casa estaba abierta, y el verano
llegaba de la mar). Andaba el niño
con temor a la puerta, y en su mano
depositaba una moneda. Era
hosca la voz, los ojos fríos de odio,
y sentía un gran miedo al acercarme,
la piedad disipada. Violenta
la muerte me rondaba con su sombra.
Sólo después, al ver a los mayores
hablar indiferentes, ya de vuelta,
se serenaba el pecho. Me quedaba
cerca de la ventana, y frente al mar
recordaba las sombrías historias.
Esta noche, pasado tanto tiempo,
su presencia terrible y misteriosa.
me ha desvelado el sueño. Ningún daño
he sufrido de aquella voluntad,
y el hombre ya habrá muerto, miserable
como vivió. Aquellos años, otros
muchos mendigos iban por las casas
del pueblo. Todos, sin venganza, yacen.
Los extinguió el olvido. Vagas, rotas,
surgen sus sombras; la memoria turba
un reino frío y solitario y vasto.
Poderosos, ahora me devuelven
la mísera limosna: la piedad
que el hombre, cada día, necesita
para seguir viviendo. Y aquel miedo
que de niño sentí, remuerde ahora mi
vida, su fracaso: un anciano
me miraba con ojos inocentes.
(Francisco Brines)
Es obvio, pero lo reafirmaré: para hacerse una cargo de qué son
los periodos literarios y artísticos, no hay nada como coger
un tema y ver desde dónde se mira y cómo se interpreta a lo
largo del tiempo.
El mendigo es un tema excelente para demostrarlo.
Espronceda nos lo dibujó orgulloso y rebelde, en la
tónica del Romanticismo; Víctor Hugo, como víctima
de la sociedad, López Velarde lo usó como excusa para
esa verbosidad hueca de los ecos del Modernismo...v
Lo malo del asunto es su peligrosa aptitud para el
melodrama y el patetismo. Lo deja servido en bandeja y
casi todos los poetas que lo han abordado han caído, en
mayor o menor medida; incluso Ángel González,
compañero de promoción de Brines, se dejó resbalar
hacia este difícilmente evitable sesgo construyendo un
mendigo sin raíces y penosamente dependiente... Pero
Brines hace una pirueta que parecía imposible y los
sortea. El "yo" del poema del valenciano no es el
mendigo, sino un observador externo, un intérprete fiel
a la poética del momento en que escribe(el poema
pertenece a un libro ya de 1997, Palabras en la oscuridad,
y cabe insertarlo en los mejores hallazgos de la poesía
de los 80 y de la -para mí mal llamada- posmodernidad).
Es fiel, decía,porque se acerca al personaje-tema
desde dos puntos de vista distintos: el del rechazo
y el de la comprensión. El transcurso del tiempo justifica
la antítesis. La seca y desnuda verdad de las dos emociones,
en las que los lectores nos reconocemos, lo levanta sobre
cualquier histrionismo sentimental.
Este juego de dos tiempos (ay, la infancia, tan relevante
en la generación del 50 y en sus herederos) dibuja una
apertura desde el "yo" observador (el niño, que no sabe salir
de sí porque desconoce el mundo y su el rechazo incomprensivo
y temeroso) hacia la observación del hombre maduro que se abre
al otro y se conmueve y se compadece (se mueve y padece con él).
De estos dos puntos de vista surge la estructura formal del poema
en dos partes de extensión prácticamente idéntica. Uun marcador se
encarga de establecer la cohesión: la mirada
y , y otro que se encarga de señalar el
contraste: temor / piedad. Mientras, la muerte
lo sobrevuela todo.
El poema, representa muy bien a la poesía española
de su tiempo, a la generación que supo devolverle la
intimidad y emoción sin renunciar a recoger la verdad
social.
Terminaré añadiendo de pasada (en algún momento hay
que cerrar estas ventanas en las que me obligo a
cierta brevedad), que hay dos temas secundarios en el
poema (o un mismo tema recogido por dos motivos diferentes)
que me han hecho pensar en otros dos poetas: uno mayor que
Brines, otro más joven: el tema es la revelación,
y los motivos:uno es "la duermevela" o "el sueño" como momento
de iluminación de verdades cruciales (tan presente en la
poesía de Antonio Machado); el otro, la mirada del anciano,
como otro síntoma vivísimo de esta
revelación,que me lleva a recordar un cuento excelente
de Benítez Reyes, "El mago de los ojos". Estas asociaciones
me confirman, una vez más, que existen unos hilos, a ratos
inconscientes, que son los que tejen nuestra tradición
literaria.
En los trabajos a los que ahora me refiero de estos
tres poetas, se nos queda un poso que identificamos con
una parte esencial de la vida: la extrañeza.
una borrada imagen. El mendigo
de mi niñez, de rostro hirsuto, tornak
desde otro mundo su mirada dura.
Llegaba al mediodía, y un gruñido
de animal viejo le anunciaba. (Toda
la casa estaba abierta, y el verano
llegaba de la mar). Andaba el niño
con temor a la puerta, y en su mano
depositaba una moneda. Era
hosca la voz, los ojos fríos de odio,
y sentía un gran miedo al acercarme,
la piedad disipada. Violenta
la muerte me rondaba con su sombra.
Sólo después, al ver a los mayores
hablar indiferentes, ya de vuelta,
se serenaba el pecho. Me quedaba
cerca de la ventana, y frente al mar
recordaba las sombrías historias.
Esta noche, pasado tanto tiempo,
su presencia terrible y misteriosa.
me ha desvelado el sueño. Ningún daño
he sufrido de aquella voluntad,
y el hombre ya habrá muerto, miserable
como vivió. Aquellos años, otros
muchos mendigos iban por las casas
del pueblo. Todos, sin venganza, yacen.
Los extinguió el olvido. Vagas, rotas,
surgen sus sombras; la memoria turba
un reino frío y solitario y vasto.
Poderosos, ahora me devuelven
la mísera limosna: la piedad
que el hombre, cada día, necesita
para seguir viviendo. Y aquel miedo
que de niño sentí, remuerde ahora mi
vida, su fracaso: un anciano
me miraba con ojos inocentes.
(Francisco Brines)
Es obvio, pero lo reafirmaré: para hacerse una cargo de qué son
los periodos literarios y artísticos, no hay nada como coger
un tema y ver desde dónde se mira y cómo se interpreta a lo
largo del tiempo.
El mendigo es un tema excelente para demostrarlo.
Espronceda nos lo dibujó orgulloso y rebelde, en la
tónica del Romanticismo; Víctor Hugo, como víctima
de la sociedad, López Velarde lo usó como excusa para
esa verbosidad hueca de los ecos del Modernismo...v
Lo malo del asunto es su peligrosa aptitud para el
melodrama y el patetismo. Lo deja servido en bandeja y
casi todos los poetas que lo han abordado han caído, en
mayor o menor medida; incluso Ángel González,
compañero de promoción de Brines, se dejó resbalar
hacia este difícilmente evitable sesgo construyendo un
mendigo sin raíces y penosamente dependiente... Pero
Brines hace una pirueta que parecía imposible y los
sortea. El "yo" del poema del valenciano no es el
mendigo, sino un observador externo, un intérprete fiel
a la poética del momento en que escribe(el poema
pertenece a un libro ya de 1997, Palabras en la oscuridad,
y cabe insertarlo en los mejores hallazgos de la poesía
de los 80 y de la -para mí mal llamada- posmodernidad).
Es fiel, decía,porque se acerca al personaje-tema
desde dos puntos de vista distintos: el del rechazo
y el de la comprensión. El transcurso del tiempo justifica
la antítesis. La seca y desnuda verdad de las dos emociones,
en las que los lectores nos reconocemos, lo levanta sobre
cualquier histrionismo sentimental.
Este juego de dos tiempos (ay, la infancia, tan relevante
en la generación del 50 y en sus herederos) dibuja una
apertura desde el "yo" observador (el niño, que no sabe salir
de sí porque desconoce el mundo y su el rechazo incomprensivo
y temeroso) hacia la observación del hombre maduro que se abre
al otro y se conmueve y se compadece (se mueve y padece con él).
De estos dos puntos de vista surge la estructura formal del poema
en dos partes de extensión prácticamente idéntica. Uun marcador se
encarga de establecer la cohesión: la mirada
y , y otro que se encarga de señalar el
contraste: temor / piedad. Mientras, la muerte
lo sobrevuela todo.
El poema, representa muy bien a la poesía española
de su tiempo, a la generación que supo devolverle la
intimidad y emoción sin renunciar a recoger la verdad
social.
Terminaré añadiendo de pasada (en algún momento hay
que cerrar estas ventanas en las que me obligo a
cierta brevedad), que hay dos temas secundarios en el
poema (o un mismo tema recogido por dos motivos diferentes)
que me han hecho pensar en otros dos poetas: uno mayor que
Brines, otro más joven: el tema es la revelación,
y los motivos:uno es "la duermevela" o "el sueño" como momento
de iluminación de verdades cruciales (tan presente en la
poesía de Antonio Machado); el otro, la mirada del anciano,
como otro síntoma vivísimo de esta
revelación,que me lleva a recordar un cuento excelente
de Benítez Reyes, "El mago de los ojos". Estas asociaciones
me confirman, una vez más, que existen unos hilos, a ratos
inconscientes, que son los que tejen nuestra tradición
literaria.
En los trabajos a los que ahora me refiero de estos
tres poetas, se nos queda un poso que identificamos con
una parte esencial de la vida: la extrañeza.
El Luis García Ferris
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