viernes, 1 de enero de 2016

La cinta, la luz

  Estas últimas semanas he sentido como si mi vida hiciera un pliegue sobre sí misma.  Está claro que el tiempo que nos transcurre solemos imaginarlo como una larga secuencia (un camino, un río, una cinta...), pero estos dos últimos meses he tenido la sensación -y el convencimiento- de que mis días volvían sobre un tramo anterior impecablemente plastificado. Se trata de un trecho del pasado que se mantiene terso, virgen a toda vicisitud; un tramo vivísimo que es el que coincide con la adolescencia. El resto de la cinta, sin embargo, se ha vuelto frágil: años y años de seda débil que contrasta con la transparencia impoluta de aquella segunda década de mi vida, impermeable ya a las arrugas de los años.
   Y todo porque Inés, mi amiga Inés de toda la vida, ha vuelto a España. Vuelvo a hablar con ella, a quedar para tomar algo y charlar; me pregunta por las compañeras de entonces... y llega la sensación de que la vida, en realidad, fue aquello, y que todo lo que lo precedió ha tomado la apariencia de un raro sueño, de la misma manera que todo lo que ha seguido después -lo malísimo y lo maravilloso, lo socialmente importante y lo intrascendente-   parece de pronto una parte delicadísima de la cinta, valiosísimo cordón, que se pliega sobre aquellos años fundamentales en que empezábamos a mirar la existencia.
   Resulta ahora que la luz de la adolescencia es, en realidad, la que nos acaba iluminando para siempre.

Chelsea B. James


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