Ha amanecido el día como lamido por una enorme lengua húmeda y caliente. Y así sigue, trasminando todas las cosas este gris lechoso, denso como almíbar tibio y mate.
Le cuesta trabajo a una andar por la calle abriéndose paso a través de este magma invisible. Si aún fuese niña, estaría ahora buscando una rendija en la nube única y blancuzca que cubre todo el cielo para ver qué enemigos extraterrestres nos están fumigando. Y, después, correría a construirme un refugio seguro en la casa de mi abuela, a base de sillas del comedor y una manta robada a escondidas del armario.
Alejandro Quincoces
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