sábado, 25 de julio de 2015

Maneras de mirar (22): Amalia Bautista sin tropos

   Hay quien piensa que los tropos (metáforas, símbolos...) son la clave de la poesía. Nada más falso. Observamos la literatura del siglo XX hasta aquí y encontramos grandísimos poetas que se han levantado a partir de un sensacional universo de símbolos personales y otros que se han hecho enormes sin estos. De hecho yo defiendo que a veces las metáforas, las imágenes en general, pueden acabar convrtiendo el poema en un edificio hueco muy aparente pero sin peso, en fuegos artificiales que se quedan en el deslumbramiento y luego dejan el cielo vacío (jejeje, aunque ahora yo esté usando metáforas para definirlo). De hecho, hay poetas en los que me molesta su imaginería un tanto gratuita (me pasa con el García Lorca más conocido, lo siento), como si su sensibilidad poética fuera superficial ("de piel para fuera" la llamo yo) porque la impresión que reflejan en las imágenes se quedan ahí, en sensaciones llamativas pero sin matices, y resulta una sentimentalidad muy primaria cuando no simplemente vana. Ya sé, ya sé que muchos de mis poquitos lectores se llevarán las manos a la cabeza cuando lean esto... Qué le vamos a hacer. 
   Otro error de algunos poetas (¿seudopoetas?) es el desprecio a la manera de sonar el poema, convirtiéndolo en un alarde de palabrería que sólo sugiere por ciertas evocaciones semánticas (por el lado contrario están los ensayos infantiles con la poesía, que convierten el verso en un forzado "tachín-tachín" de pachanga barata, pero eso ya no debería yo ya ni mencionarlo aquí por obvio).
   Digo todo esto, a modo de presentación, para hablar de un poema de Amalia Bautista. A.B. es una de de esos poetas de verdad que, como Borges por ejemplo, es capaz de construir poemas memorables sin recurrir a un solo tropo y con una musicalidad delicada y ajustada al fondo del mismo. Traigo hoy a esta ventana, pues, el poema "El dolor", que pertenece a su libro Estoy ausente (Pre-textos, 2004).

   EL DOLOR

  El dolor no humaniza, no ennoblece,
no nos hace mejores ni nos salva,
nada lo justifica ni lo anula.
El dolor no perdona ni inmuniza,
no fortalece o dulcifica el alma,
no crea nada y nada lo destruye.
El dolor siempre existe y siempre vuelve,
ninguno de sus actos es el último
y todos pueden ser definitivos.
El dolor más horrible siempre puede
ser más intenso aún y ser eterno.
Siempre va acompañado por el miedo
y los dos se alimentan uno a otro.

   Se trata de un poema de sencilla apariencia; perfecto, armónico, clásico: poema-definición, construido en endecasílabos blancos, que tiene una estructura precisa que no se oculta, pero que deja fluir el verso con llaneza. La clave de su emoción está en su verdad y en la sonoridad muy sutilmente efectista con la que se nos ofrece.
   En una lectura rápida podemos apreciar una aparente división del poema en 5 partes (los 4 periodos que abre la anáfora "el dolor..." más la sentencia final en dos versos). En realidad el poema está construido en dos partes y un movimiento climático que culmina en la sentencia de los dos versos finales (Siempre va acompañado por el miedo y los dos se alimentan uno a otro.):
   A) Los dos primeros periodos anafóricos, perfectamente equilibrados en 6 versos (3+3) constituyen un primer paso: la definición en negaciones, lo que no es el dolor. Los endecasílabos fluyen aquí con un predominio de  consonantes nasales:
           No huMaNiza, No eNNoblece,No Nos hace Mejores Ni Nos salva,Nada lo justifica Ni lo aNula.El dolor No perdoNa ni iNMuNiza

          ¡La N y la negación en español están tan unidas ( no, ni, nada, ningún...)! Aurora Bautista las repite en una aliteración que vuelve redundantes esos versos, como la propia consonante, en sensación densa y llena. Para ello se apoya en vocales abiertas y redondas (/a/,/o/). Sólo dos palabras escapan a esa complicidad sonora: justifica (una gota en el mar de los fonemas blandos) y la palabra "destruye" que sirve para poner punto final rompiendo tal armonía en el poema.

B) Los dos siguientes periodos anafóricos (vv. 7-11) se construyen fonéticamente sobre la repetición de /e/:
           El dolor siEmprE ExistE y siEmprE vuElvE,ninguno dE sus actos Es el últimoy todos puEdEn sEr dEfinitivos.El dolor más horriblE siEmprE puEdEsEr más intenso aún y sEr EtErno.

      En este caso creo que la aliteración de /e/ (de la que podríamos decir que se escapa el v. 8), subraya y apoya la sonoridad de las palabras "siempre" y "eterno", dos sinónimos construidos fónicamente con el predominio de /e/ (frente al apoyo fónico de las negaciones que supone /n/ en el periodo anterior). No sé, pero tal al vez por eso el v. 8 se escape a esa constante: porque se desliza hacia fuera de la semántica de lo perenne al contener el vocablo "último").
      Pero los dos versos finales son los definitivos. Son broche y cierre del poema que hermanan el dolor al miedo. ¿Y cómo se subraya ese carácter sentencioso y definitivo? ¡con los acentos!: a lo largo de todo el poema sólo los endecasílabos marcados por la anáfora "el dolor" son melódicos (esto es, acentuados en sílabas 3ª y 6ª). Pues, bien, los dos versos últimos, los que dan cabida a la aparición del "miedo" (clave sentimental para caracterizar el dolor en plena significación(1)  ) recogen la acentuación exclusiva en este poema para los versos mencionados: son endecasílabos melódicos:

Siem-pre- VA a-com-pa-ÑA-do- por -el -mie-do
y -los -DOS -se a-li-MEN-tan -u-no a -otro.

  La gradación o clímax se ha consumado en tres pasos: lo que no es el dolor ("nunca"), lo que sí es el dolor (y lo es tremendamente "siempre") y la aparición efectista y definitiva del miedo que agiganta su fuerza. 

Betty Goodwin

         (1) Permítanme la autocita, tal vez por eso me gusta a mí tanto este poema, porque me toca una fibra muy mía, hermanar dolor y miedo... En el libro que titulé Igual que lava oscura (Renacimiento, 2008) sin tener noticia aún de este poema de Amalia Bautista, dividí esa "lava oscura" que era mi imagen del miedo, en 4 apartados y uno de los únicos 4 miedos (junto con la incomunicación, el misterio y el paso del tiempo) era el dolor. Al fin y al cabo, esto de la poesía no es más que un juego de complicidades emotivas, lo he dicho siempre.

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