Juegan los niños en el césped. Mientras el sol se va atemperando con la tarde, los veo gritar, correr, reír, empujarse unos a otros en cumplimiento de no sé qué reglas que no entiendo. A ratos discuten acaloradamente un agarrón concreto, una carrera que a mí me parece idéntica a las otras admitidas y que suponen un parón, un cambio en su coraje. Después vuelven a afanarse, sudorosos, en cumplir con sus ritos vehementes, para mí abstrusos, como si en ello les fuese la vida.
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