sábado, 27 de junio de 2015

Maneras de mirar (21): Jesús Montiel y el enredo aparente

   Respecto a esta serie de mis "Maneras de mirar", tendré que recordarme de vez en cuando a mí misma que me había propuesto desde el principio comentar poesía contemporánea de toda clase; propósito que me hice por vocación (que no por deformación) profesional.
   Y resulta que el flamante y excelente libro de Jesús Montiel, La puerta entornada, (Libros canto y cuento, colección DKV, nº 8, Jerez, 2015) me da ocasión inmejorable para tratar un poema de formato distinto a los ya asomados a esta ventana: un texto sin puntuación y sin delimitaciones versales (o eso parece) aunque sí con separación de lo que podríamos llamar estrofas. Sin puntuación es el único poema del libro; sin  verso, pero con separación de esta especie de estrofas, hay dos más en el volumen.
  No es un capricho la elección de esta forma por parte del autor, el resto de los poemas del libro están en verso, siguiendo la convención al uso. Veámoslo:

   NO OBSTANTE

No obstante que los cables enredados parezcan el futuro


que la luz que ayer iluminaba tus paseos conmigo de la

mano es ahora un concepto en el cristal que separa tu vida
de otros niños que saltan en los parques con pelo en sus
cabezas

sonríes a pesar de que en tu cuerpo  -detrás de la mentira 

de la carne-  esperan los anzuelos de la muerte la presa de
tu vida.


   El título, como tantas veces, da la clave del poema. En este caso, además, ese "no obstante" es el principio de todo él y tiene su correlato igualmente concesivo en el "a pesar de" de la última estrofa, que es la concluyente. En medio, la oración principal: "sonríes". En torno a ese "SONRÍES" giran los "no obstante", y los "a pesar de"que son los raros enredos de la vida: el futuro, que el poeta ve representado en el montón de cables que rodean al hijo enfermo (lo sabemos por el contexto de los otros poemas y lo suponemos por los versos que siguen); y la muerte inquisidora que aparece radical en el último verso en la magnífica imagen de unos anzuelos (tal vez términos de otros hilos enredados) que esperan a su presa. En realidad, el doble espaciado que parece separar tres seudoestrofas lo que está haciendo es aislar estas dos imágenes poderosas de hilos amenazadores: los cables de la enfermedad y el sedal de la muerte.

   Es prácticamente una falta de decoro poético que un niño se vea supeditado a cables en la habitación de un hospital y, que los anzuelos de la muerte parezcan pender de esos cables, lo es aún más; lo es para el padre que sólo "ayer" paseaba con él de la mano en mañanas luminosas. Esa inconsecuencia de la vida no puede ser mostrada más que en una retahíla deshilvanada de sucesivos "que" ("el futuro que la luz que ayer... en el cristal que separa...  de otros niños que...") en los que el lector llega a perder casi el hilo discursivo y se enreda también un poco en él, como los cables a la cabezera de la cama hospitalaria. No, el padre no puede ver eso más que como una falta de coherencia de la vida, una inarmonía, un caos... y el poeta-padre no puede dejar que la armonía de su silva en verso blanco represente ese caos, ni puede ver en la coherencia de las pausas que indican los puntos y las comas un instrumento útil para la emoción con la que se está viendo las caras.  Y sin embargo el poema, como la vida, tiene su armonía tantas veces imperceptible: en este caso, la de una silva de perfecto acento en sílaba sexta que podría responder también a esta puntuación lógica :

No obstante, que los cables enredados
parezcan el futuro; que la luz,
que ayer iluminaba tus paseos 
conmigo de la mano,
es ahora un concepto en el cristal 
que separa tu vida 
de otros niños, que saltan en los parques
con pelo en sus cabezas...

sonríes, a pesar de que en tu cuerpo  

-detrás de la mentira de la carne-  
esperan los anzuelos de la muerte 
la presa de tu vida.


Paloma Gómez Carrasco



 

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