sábado, 31 de enero de 2015

Leer al Werther que lee

   Corrijo estos días exámenes. Le ha llegado el turno al Werther de Goethe y aquí ando enfrascada una y otra vez, hasta veinte veces, en aquel fragmento donde, inicialmente, el joven Werther se imbuye de los sentimientos del héroe de los Cantos de Ossián, el apócrifo. Todo es obviamente romántico: el tono, la localización medieval, las tumbas, la noche, el viento, los gemidos, el misterioso autor...  Qué diferente este episodio de aquel anterior en el que Werther reprocha, especialmente a los jóvenes, dejarse llevar por el mal humor y no saber apreciar lo bueno. En los días en los que mantiene esa opinión, el joven Werther está subyugado por la lectura del Ulises de Homero, ese luchador que se empeña en recuperar su bienestar y su hogar contra viento y marea (jeje, nunca nunca mejor empleada la frase). Curiosamente, la gestación del suicidio del personaje Werther ocurre en los días en que este ha cambiado de lectura, ahora son estos"Cantos de Ossian"; de hecho, el detonante definitivo será el suceso que sigue a la recitación de otro amplio fragmento de ese poema ante Lotte.
  Pienso qué extraña coincidencia es esta en la que, como ocurre con las muñecas rusas, un libro donde el protagonista muda de temperamento en paralelo a la naturaleza de sus lecturas, ha influido a su vez tanto en el ánimo de sus lectores como para provocar cambios tan llamativos y radicales en la moda del vestir y, según cuentan, en aquella oleada de suicidios.

Víctor Brauner


jueves, 29 de enero de 2015

Estación poesía, 3

   Ayer llegó a mi buzón el número tres de Estación Poesía. Cuánto lo agradecí. Es bueno vivir con puntadas periódicas que nos asgan a la poesía nueva con pespuntes de este tipo. La Universidad de Sevilla (el CICUS) y Antonio Rivero Taravillo hacen posible esta buena revista, este asidero. Con el nuevo número (en papel que puedo tocar, hojear, oler) me pongo al día de los inéditos más recientes de poetas que me gustan y, además, me llega la primera noticia de quienes no conocía aún. No todo tiene que gustarme por igual, que una tiene sus querencias estéticas, qué le vamos a hacer; pero Antonio y su comité asesor son poetas buenos, gente con criterio y exigencia, cosa que se agradece mucho en estos tiempos en los que parece que todo vale. Dejo asomado aquí, a modo de ejemplo, el poema con el que colabora en este número José Julio Cabanillas, un poeta que siempre me ha gustado. Estos son sus versos frescos, celebrativos, magníficos:

            EL POZO

 La garrucha está fresca
aunque el sol ya está alto, más arriba
de los negros tejados. No hay sombra para nadie.
Sube del pozo, mecido por el ronco
girar de la polea
un cubo de agua limpia, delgada, generosa.
Cuanto yo sé de mí, cuanto puede aprenderse
del universo todo, aquí lo bebo.
El eje de la tierra, el lento germinar de las estrellas,
el ojo de los lagos,
la cola de un cometa que llega del vacío...
Y aquí el agua que canta
con su glu glú de niña que no sabe
pero guarda la llave que abre todos los cuartos.
Agua, hermana, límpiame tú los ojos,
di mi nombre,
espanta tantas muertas estrellas que ahora llevo
dentro del corazón como ascuas quietas.
Agua, hermana, vocecita que alza,
de la vida a la vida, a quien llega a tu lado.
Deja un sorbo en la boca de quien sabes.


 

miércoles, 21 de enero de 2015

Cuatro años

¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible?

 

Tengo un reloj parado a las 4,15, una rosa que nunca se marchitó, un sueño que fue un regalo de cumpleaños...  ¡Y no son metáforas!



sábado, 17 de enero de 2015

Frivolidades

   Creo que E. no  comprende que me pase grandes ratos mirando páginas de decoración y aún menos que a veces elija una película argumentando que parece tener un ambiente agradable. No dice nada, pero un leve gesto suele delatarlo. Está claro: lo acepta, pero no lo entiende. Estas pequeñas (bueno, vale... no tan pequeñas) frivolidades le son absolutamente ajenas. 
  En el fondo, E. se ríe un poco de mí y yo puedo comprender sus  reticencias, pero es que los estados de ánimo se encauzan por medio de las sensaciones. La búsqueda de la armonía y de la belleza tiene una función emotiva importantísima (y como la belleza no es la función principal del arte por mucho que esa falacia se repita hasta la saciedad, porque el arte es más, muchísimo más y debe abarcar todo lo humano, también la crisis, el dolor y el desconcierto), como esa función es tan importante, decía, yo no puedo renunciar a ella. Hay quien se pone música de fondo para manejar su estado de ánimo; yo, me recreo en la luz y elijo manteles.

Laura Lacambra Schubert

domingo, 11 de enero de 2015

La noche en la poesía de Felipe Benítez

   Salió de la imprenta hace muchas semanas, pero Correos me ha vuelto a jugar una mala pasada: se perdió mi ejemplar. Desde el viernes lo tengo. Es un espléndido libro sobre la obra de Felipe Benítez Reyes que ha coordinado el profesor Jurado Morales y que llega cargado de artículos de firmas sonorosas; entre ellos, el mío: "La noche en la poesía primera de Felipe Benítez Reyes (la década de los 80)". Me siento muy contenta. En él van, convertidas en cavilaciones de lenguaje académico, el deslumbramiento joven por una poesía fresca y hasta cierto punto hermana; va en él mi obcecación por las connotaciones generacionales de los símbolos de siempre; la manera, la misma manera, de vivir mi playa nublada al final del verano, las fiestecillas veraniegas en el jardín de atrás de la casa de mis padres, las noches sin sueño componiendo versos, las lecturas de los poetas de los 60 y, sobre todo, sobre todo, las primeras consciencias  del paso del tiempo, ese fantasma que en la infancia no existía y que en la adolescencia era mi aliado, ese, se me acababa de convertir entonces en un temor y un estremecimiento. Felipe Benítez lo decía muy bien y yo lo veneré por ello. Diseccionar esos poemas me ayudó a comprenderme.