jueves, 29 de mayo de 2014

realidad y ficción

  Me resultan cada vez más tristes los aeropuertos. Leo durante una hora, a saltitos, las primeras páginas del Diario de Ionesco, como pespunteando la realidad del anverso -la cafetería- y el revés -el libro- y, en seguida, me consuelo comprobando que he elegido bien la lectura: en algunos párrafos me parece que podría estar escuchándome a mí misma y eso me confirma una de las razones por las que leo, este consuelo de encontrar cómplices; en otros párrafos quiero discutir y, de hecho, lo hago, opongo argumentos o me sonrío con ciertos puntos de vista de una parcialidad tan cerrada - y eso me confirma una de las razones por las que escribo-. Lo chocante en esta situación es que en una de estas puntadas del reverso al anverso de la situación, del anverso al reverso que es el libro, al levantar la cabeza me veo en una escena de ciencia ficción y, sin embargo cuando vuelvo a las páginas, me siento ante mi mundo interno real. Una voz en la megafonía de la inmensa sala me recuerda continuamente las representaciones de la novelística futurista más aterradora: un soniquete, que se pretende amable pero de melodía mecánica, nos dice qué debemos hacer y en qué plazos, nos advierte de peligros ("controlen...") induciéndonos a la desconfianza, al miedo, a la alerta; nos señala lo amenazador y, con ello, nos mantiene en una movilidad reducida y temerosa. ¿Es cosa mía? ¿Por qué la vida en este momento -una vez más- se encuentra entre las páginas que leo y en este envés, que es el espacio que me rodea, me siento en una espeluznante parodia de la ficción de Huxley?

Andrés Vijande

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