Hacían un examen. Daba gusto ese silencio laborioso que casi permitía oír el roce de los folios: L, con la cabeza metida enérgicamente entre los hombros, no parecía respirar; S. hacía temblar, sin saberlo, la pierna derecha como poseído por una convulsión en la rodilla; P., pertrechada de cinco o seis bolígrafos y el tipex, los manipulaba -malabarista de superficie- con laboriosidad encomiable; y J., bueno, J. miraba al techo ensimismado, no sé si buscando en las alturas el concepto gramatical olvidado o tratando de entretener con las musarañas los minutos que quedaban hasta el timbre.
2 comentarios:
Claro que no todo está perdido!!! Cuánto nos gustas las exclamaciones catastrofistas y luego el dulce fluir de la vida nos muestra que exageramos.
Un saludo
Síiiiiiii.
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