Jugábamos entonces a la vida y la muerte era en esos ritos un personaje intrascendente. Ha sido después, mucho más tarde, cuando hemos empezado a percibir la muerte ligada al tiempo. Durante la infancia, muerte y tiempo están disociados. En los días de la memoria virgen, el tiempo es algo pequeño y cotidiano: lo que tarda en sonar el timbre del colegio, lo que marca el aburrimiento en una sala de espera. La muerte, sin embargo, como el lobo feroz o el aceite de ricino, pertenecían por entonces al ámbito de lo legendario. Nada hacía pensar que se unirían para acabar pisándonos los talones.
Carl Larsson
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