viernes, 28 de junio de 2013

Instituto

   En este momento, en medio del alud de urgencias en el que se convierte todo final de curso, me da un poco de envidia ver a Carmen, mi compañera de departamento, tan llena de vitalidad y ya exenta, por la jubilación, de esos encajes de bolillos que son las estrategias de enseñar y mantener el tipo ante los adolescentes y su inevitable tendencia al caos y al ruido... Pero no; en realidad, dar clases me obliga a estar con los pies en la tierra, con la mente en la vida común -quiero decir la de todos, la de lo perentorio cotidiano- y en las personas reales: más de un centenar de adolescentes, cada uno distinto, y sus variadísimas familias. 
   Trabajar en un instituto es darse un baño diario en la realidad misma.

 
Julio González

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