martes, 14 de mayo de 2013

Perdida

   ¿Se han visto ustedes alguna vez con la sensación de haber entrado mientras conducían en un inesperado y raramente sutil agujero negro del espacio; en un agujero negro discreto, sin parafernalias; un agujero negro que les acecha sólo a ustedes, de tapadillo, y al que están avocados por nosesabequé hados contra los que no pueden luchar? ¿No? pues yo sí. He tenido esa sensación en varias ocasiones. Ayer fue una de ellas.
   Mira que salí de casa con mucha antelación y con todas las anotaciones y mapitas de esos que en internet te describen con minuciosidad exasperante cada trayecto; y mira que en cada rotonda tengo la costumbre de dar siempre al menos una vuelta completa, y con frecuencia más de una, para pensarme bien la dirección a tomar  -los conductores se distraen mirando un Mini dando vueltas a la glorieta como la aguja de un tocadiscos en un disco rayado-.  
  Iba yo a hacer una lectura a El Bosque y me equivoqué de dirección dos veces a la ida y otras dos a la vuelta, todas ellas con consecuencias reparables sólo muchos kilómetros más tarde pues acababa en todas las ocasiones en caminos comarcales sin arcén o en autovías imprevistas. Me era imposible dar la vuelta o tan siquiera detenerme y siempre seguía con la angustiosa sensación de ser arrastrada por una fuerza desconocida, tal vez hacia otra provincia o hacia otra dimensión... Miraba de reojo por las esquinas del parabrisas con el miedo a acabar viendo tras alguna curva un hórreo cantábrico o, lo que sería peor, a José María el Tempranillo a caballo por un camino vecinal de esos.

   Por lo demás, la lectura muy bien, pese a llegar casi media hora tarde. La llegada a casa de vuelta, muy consoladora porque el depósito de gasolina aguantó el laberinto.

   Ah, y lo del día 11, muy muy agradable. No podría haberlo sido más. 

Acuarela de J F Lewis, 1934

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