lunes, 15 de abril de 2013

Cumpleaños

   De vez en cuando el féisbuc es un chivato encantador. Lo es en los cumpleaños, por ejemplo. Se agradece, claro que se agradece; ésta es una de las grandes virtudes que tiene la tecnología: su humanísima facilidad para la comunicación.
  Ni de niña ni de jovencita me gustó nunca el día del cumpleaños.  Se me convertía en una losa de preocupación constante el hecho de atender y agradecer cuando siempre tenía el sentimiento agridulce de no saber corresponder a las atenciones y a los regalos que, además, en muchos casos, no solían ser acertados ¡Y una no podía permitir de ningún modo que eso se notara!  Me entristecía que nadie me conociera como para darse cuenta de cuál era mi mundo, cuáles mis gustos, y me entristecía también no poder corresponder con mi alegría al interés que demostraron cuando lo eligieron y me lo entregaron.  De hecho, siempre le tuve cierta pena a M, una amiga de mi madre, por su mal gusto:  yo no podía encontrar nunca la más mínima ilusión por sus estrambóticos regalos entregados siempre con una parafernalia exagerada (recuerdo una terrible muñeca mecánica que fingía hacer punto. Yo la recibí con un enorme pero falso entusiasmo a juego con el suyo que, sin duda, sí era sincero).
  Los años eso tienen de bueno. En mi familia, a partir de ciertas edades únicamente celebramos los días de los Santos, así que he recibido sólo dos regalos materiales y este año han sido perfectos. Se lo han pensado bien, muy bien (gracias, Mädels; gracias, padres) y reconocer esa atención por averiguar mis deseos ha hecho que me sintiera muy querida y eso (y la avalancha de felicitaciones deliciosas) ha convertido el 14 de abril en un excelente día de cumpleaños.
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   Es verdad, han pasado los años y todo tiene su parte positiva. Ahora creo que el mejor regalo del tiempo ha sido el aprendizaje de la vida, ése que vio tan bien Cernuda: la dolorosa inadecuación entre la realidad y el deseo. Por ejemplo, ahora sabe una que el sufrimiento, el de verdad, no tiene belleza alguna; y que por eso mismo no es sano empecinarse en lo imposible. Y así se va quedando una con una vida más estrechita, pero más real, y la va aceptando con entereza fingida y no siempre bien llevada. 

 Chagall,  "El cumpleaños" 

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